El monumento a Curro Jaramago en Chiclana

Félix Arbolí [colaboraciones].-

Me ha sorprendido la noticia de que Curro Jaramago tiene un monumento en una de las plazas principales de mi pueblo. Por lo visto, según me cuentan, es atracción de turistas y visitantes que se hacen fotos junto a la escultura, no sé si en plan jocoso o creyendo que están junto a un personaje ilustre de la localidad.

Viendo las dimensiones del monumento y su emplazamiento, me figuro que opinarán lo segundo, que se trata de un genio en alguna faceta, aunque un tanto bohemio y poco dado a duchas y fregoteos. Un  Diógenes del siglo XX, aunque éste no buscaba un hombre ni llevaba un farol, sino que iba con su habitual melopea, de tasca en tasca, buscando al que le invitara a un vaso de vino chiclanero. Por cierto, de elaboración totalmente natural y con un sabor exquisito inconfundible.

En los apuntes recogidos al escribir mi libro “Chiclana entre el mito y la verdad”, allá en 1970,  he encontrado lo siguiente sobre este “popular personaje “al que mi pueblo natal honra de tal forma: “Harapiento y sucio, desgarbado en el vestir y en su andar cansino, audaz en sus respuestas, bebedor empedernido, ajeno al trabajo y  despreocupado de todo”.

“Su invariable atuendo consistía en una gorra de color indefinido a causa de su excesivo uso, una chaqueta con abundantes muestras de grasas y sustancias de todo tipo, unos pantalones que casi le llegaban al pecho-el donante no debía ser evidentemente de su talla-, y unos zapatos que no guardaban entre ellos otra relación que la de medio tapar sus pies y sin cordones que lo sujetaran. Ignoraban los que me hablaron de él si el trozo de tela que sobresalía de su cuello fue en sus primeros tiempos una camisa  gris”.

VIVÍA EN EL MUNDO, PERO NO ESTABA EN ÉL

“Un vaso de vino en cualquier bar o chiringuito y todos sus deseos quedaban colmados. Su manera de vivir le costó tener que soportar bromas pesadas y hasta macabras. Poseía una filosofía un tanto cazurra, natural e instintiva, pero a pesar de su “cogorza”, era despierto de mente y en sus respuestas a las provocaciones que le hacían hubo reflexiones y comentarios que algunos tomaban a broma por desconocer su más hiriente y profundo significado al ser más zoquetes. Vivía en el mundo, pero no estaba en él. Dada su enemistad con el agua y el jabón, su cercanía era casi un reto difícil de soportar”.

“Rum-bum-bum”, otro pintoresco tipo de la Chiclana de los años sesenta y setenta, al que conocí y del que también hablo en mi libro, me contó cómo fue la muerte de Curro: 

-Murió en Cádiz, la víspera de San Pedro y San Pablo, en el año 1963. Yo le di una camisa blanca y unos pantalones y en el bar “El 22” se recogieron cien pesetas para él. Su hermana lo llevó al hospital a las seis de la tarde y a las dos de la noche estaba con Dios. Tenía una pulmonía y estaba “mu” malito y como era tan puerquísimo, lo ducharon las monjitas al llegar y le dieron comida caliente. Al no estar acostumbrado a estos “cuidaos”, al acostarlo se quedó tieso como un pajarito. Dormía a la intemperie en un barco viejo varado en el Iro y por eso cogió la pulmonía. A su entierro fue “to” Chiclana.

El director del hospital decía. “!Este tío me ha “confundío “ a mí. Debió ser un borracho con mucho dinero pues han “venío” más de cuarenta coches a su entierro!”. Y era verdad.

EL COJO FARINA

Fue un personaje muy  popular en su tiempo, no hay duda, aunque la mayoría de mis paisanos, sobre todo la gente joven, ignoren su historia y los méritos que el municipio de hace unos seis años, creo, le atribuyó para que su efigie presidiera nuestra bonita Alameda del Río, la principal de mi ciudad.

Fue uno más de esos tipos que se hacen populares por su extravagante manera de ir por la vida y sirve de anécdota jocosa ante la barra de un bar”. 

Yo completaría esta inusual galería con las estatuas al “Nino”, “Rum-bum-bum” y  Diego Rendón “El Cejitas”, que fue un personaje con méritos a figurar sin necesidad de ser tan desastrado y trápala como los anteriores.

Puestos a recordar, y con más méritos a mi criterio, me viene a la memoria “El cojo Farina”, mi noble y querido amigo, que con su cojera y soportando auténtico y fuerte dolor, era capaz de emocionar y detener el aliento con ese baile suyo tan espectacular y especial, acompañando a Paco de Lucía en la guitarra y a Camarón de la Isla en su copla en las noches veraniegas de La Barrosa. 

Padre de nueve hijos, cuando perdimos el contacto, vendedor de cupones y persona de máxima confianza, a quien estuve a punto de apadrinar a uno de sus hijos ante la prolongada espera del padrino elegido, que creo era José Mercé. Él era, a mi parecer, más popular, admirado, considerado y querido. 

¡El monumento a Curro Jaramago es más grande que el de García Gutiérrez¡ ¡Ay mi Chiclana…!